Después de varios años, Tomás vuelve a la antigua casa de verano de su infancia. Pasará ahí el último día antes de entregarla a los nuevos compradores. Esto gatilla que Renato, el jardinero que por años trabajó para la familia, sea despedido. Tomás, solo en la casa, notará como poco a poco las cosas comienzan a fallar; primero el agua, luego la luz y finalmente una caseta a la que no puede entrar, de donde provienen extraños sonidos. De esta manera, en el espacio de un día, una noche y en una misma casa, Tomás perderá la conciencia de qué es real y qué es fruto de su mente. Cayendo en un espiral que lo terminará enfrentando consigo mismo.